Escucho a un tertuliano radiofónico comparar la que se traen Rajoy y Sánchez con un combate a muerte. Aunque me parezca exagerado hasta como hipérbole, no puedo evitar que Joseph Conrad cruce mi cabeza. En su relato El Duelo, el escritor polaco nos habla de la historia de inquina, odio y persecución entre dos soldados del ejército napoleónico. D’Hubert y Feraud se enfrentan a una sucesión de duelos que comienzan en su juventud —el mismo día que se conocen— y que no finalizan hasta pasada su jubilación. D’Hubert es hombre racional y tranquilo; Feraud es visceral y determinado. Ambos se pasan la vida batiéndose el cobre a muerte con florete o con pistola una vez tras otra. Como quiera que ninguno logra salir del laberinto —es decir, que el otro abandone un duelo con las piernas por delante— se ven condenados a enfrentarse cada vez que sus caminos se cruzan. Ambos, en cualquier caso, acaban siendo reconocidos como dos de los mejores espadachines y pistoleros al servicio del Emperador.
La noche está cubierta por una extraña y densa niebla, como si una lengua opaca quisiera engullir el estudio de televisión. Sánchez apunta nervioso a su interlocutor y dice que “es usted un indecente”; Rajoy pone cara de estar descompuesto. Una vez recuperados de las heridas evidentes —las del alma son otra historia, como veremos— ambos políticos se vuelven a encontrar tiempo después en un hemiciclo sobrecargado con una tensa calma. Rajoy dice que “no” y Sánchez calla. En su semblante estoico deducimos que no es el último combate. No pasa mucho hasta que se vuelven a encontrar, de nuevo en el hemiciclo. Esta vez Rajoy lleva la iniciativa y es Sánchez el que, mientras empuña las mismas palabras que le hirieron, dice que “no”. Ninguno sale con los pies por delante. Si acaso usted. O yo.
Afortunadamente para la historia de Francia, los éxitos y derrotas de Napoleón no dependieron de la complicada relación de D’Hubert y Feraud. Incluso, ambos pusieron a Francia por delante de su disputa y se salvaron la vida el uno al otro como compañeros durante una batalla en Rusia. “Primero el país y luego usted”, tuvo que pensar el ultra napoleónico y resentido Feraud cuando dejó el duelo personal para más tarde. Y ese es el problema de Rajoy y Sánchez. De Sánchez y de Rajoy. Primero ellos, luego el país. No hay mejor arma para batirse el pellejo que la palabra. Salvo cuando esta se encasquilla en el egoísmo. Alguien debería prestarle a estos dos un par de espadas. Por favor. O no acabara el sainete.
Imagen por cortesía de La Moncloa.