Cuando un universo muere

Cuando me enteré de que David Lynch había muerto deseé despertar pronto de un sueño febril. Imaginé, en realidad, que una cámara como la del primer plano de Mulholland Drive había grabado mi caída sobre la almohada cinco minutos antes. Que nada era verdad y que todo era posible. Esperaba que, después de leer la noticia de su muerte, un enano que caminara hacia atrás —pero en realidad no— me fascinase con sus movimientos exageradamente extraños dentro de una habitación cuyas paredes eran cortinas rojas. Que una señora me advirtiera, mientras acunaba un tronco, del peligro de seguir demasiado tiempo dentro de aquella pesadilla. Y, de un golpe, me encontraría en una sala de quirófano que en realidad era la morgue, intentando salvar la vida de un señor con el pelo cano y despeinado. El señor muerto abriría los ojos y me hablaría. Pero no entendería nada y lo entendería todo. Su mirada de ojos azules se me antojaría profunda y perturbadora. Entonces, una chica rubia exactamente igual que Laura Palmer aparecería bajo el marco de la puerta, chasquearía los dedos hacia atrás y yo despertaría. Pero no. No puede despertar quién está despierto. Al menos es así cómo lo pensamos. La noticia era real. Fuego camina conmigo.

Ha habido muchos directores que han intentado convertir al cine en una especie de arte elevado que fuera más allá de contar historias y entretener. Rodar películas que trasciendan como piezas de galería. Casi todos esos intentos han acabado convertidos en esfuerzos despreciables. Aún recuerdo el rechazo que me causó la inefable ‘El árbol de la vida’, del “director” Terrence Malick. Pero David Lynch hizo arte en cada película. Y también cine. Cuentan que todo empezó cuando, bien joven, estudiaba para ser pintor y soñó con que las hojas del árbol que estaba dibujando se movieran dentro de su lienzo. El cine era la respuesta.

Hay gente que se lleva mucho más que su legado. Con David Lynch muere todo un universo que no está más allá de las estrellas, sino dentro de nosotros mismos, en el pozo de nuestro subconsciente; ese que deja aflorar la realidad extrañada y desordenada que vivimos cuando cerramos los ojos sobre la almohada. Frente a sus películas te sentías dentro de un sueño y, cuando despertabas, sólo tenías parte de las respuestas. El resto era inquietud. ¿No es eso soñar? Hemos perdido mucho con su muerte. Tal vez sí que hayamos despertado para siempre. 

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