Rocío tiene la regla y le han subido el hierro. No su hierro, que en eso está, si no el que compra en la farmacia. Así que también se lo han subido a usted. Y a mí. O bueno, no; porque lo que en realidad han subido son los beneficios de la farmacéutica, se esconda lo que se esconda detrás de ese eufemismo. Puede que usted tenga el hierro bien y no le importe, pero a poco que le baje la Vitamina D o la B o le suba el colesterol, ya le importará, ya. Es muy triste pensar que cuanto más enfermos estemos, más pobres seremos.
Volviendo a Rocío —o a usted, fíjese bien, o a mí—, podemos decir que su poder adquisitivo es directamente proporcional al índice de hierro en sangre. Pero también, ojo, al índice de precios de las lentejas, la leche y el pan. Cuánto más hambre pasemos, más pobres seremos. Y viceversa. En menudo jaleo nos han metido.
Al menos nos queda el consuelo de poder discutir que si eres woke o eres facha, que si pajitas de plástico o papel, que si Trump o que si Pedro, que si Broncano o que si Motos. Ahí tienen a nuestros políticos, con la nariz de payaso y haciendo malabares con pelotas de colores en mitad de la plaza. Y mientras nosotros les observamos, les aplaudimos o les gritamos, exaltados, Elon Musk se desliza por la espalda y nos roba la cartera.