Existe un pecado de nuestro tiempo que consiste en magnificar una pequeña parte para definir al todo. Algo así como juzgar un gin-tonic menos por su sabor y más por su color o calibrar las dotes musicales de un vocalista por lo que nos provoca su escote. En el país de las etiquetas, cualquier gesto fácil e inocuo puede cosechar las más altas alabanzas, cuando no pavimentar el camino hacia el desprestigio. Unamuno nos enseñó con su San Manuel Bueno que se puede ser buen cura y mártir pese a no creer en Dios; o precisamente por eso. No aprendimos aquella lección –que se lo pregunten a Piqué– y, al tiempo, llegaron las redes sociales en las que atorbellinarnos para siempre en nuestro pecado patrio. De tal modo, un insignificante puede hoy excretar una barbaridad por un altavoz social cualquiera y atribuírsele la importancia y portavocía de todo un movimiento. No faltará quien potencie su arcada verbal y la eleve al debate nacional según el interés.
Nadie sabe con seguridad si Aizpea Etxezarraga existe. Es lo de menos: la cuenta de Twitter en la que le deseó la muerte a Adrián, un niño de 8 años enfermo de cáncer, ha sido borrada por la misma mano real e indeseable que escribió el tuit. Uno no puede sino reprobar ese tipo de comentarios y confiar, mientras espera que todo el peso de la justicia recaiga sobre él, en que su diarreica ira contra el niño no sea otra cosa que el síntoma de una vida triste, vacía y prescindible.
No conozco aún a nadie que no se sume a Silvia Barquero, la presidenta del Partido Animalista, en sus buenos deseos: «Ojalá Adrián siga creciendo y mañana sea un adulto sano y fuerte capaz de tomar sus propias decisiones». Estoy seguro de que opinan lo mismo una compañera antitaurina que dedica su tiempo libre a ayudar a niños enfermos, otra que ha sido voluntaria en un grupo de asistencia a personas en riesgo de suicidio y un afiliado de PACMA que acude cada tarde con los Ángeles Malagueños de la Noche a repartir alimentos entre los más pobres. Ellos jamás representarán al movimiento antitaurino por estas acciones, de la misma manera que el impresentable tuit de Aizpea Etxezarraga no los representa a ellos. Pero amarrar 140 pestilentes caracteres y airearlos para darles un pábulo desproporcionado es magnificar una ínfima parte para definir el todo según el interés. O, en este caso, comer en el mismo plato que quien apesta a odio irracional.